Nació en Iruñea el 20 de abril de 1887, hijo de Gaspar e Inés. Se casó el 25 de septiembre de 1911 con Patrocinio Lasa Vitoria, hija de Cayetano y Felicia. Fueron padres de 5 hijos: Luis, Pablo, Aurora, José María y Joaquín. Vivían en la calle Eslava, nº 20.

De profesión figuraba como churrero, con establecimiento en la calle Eslava, cerca de Jarauta. También debió trabajar como carpintero del Hospital.
Fue un gran activista político. Afiliado a la UGT y al PSOE, formó parte de la Comisión Gestora del Ayuntamiento de Pamplona, entre el 14 de abril y el 5 de junio de 1931. En 1934, era de la comisión de la sección pamplonesa de la Cooperativa Española de Casas Baratas «Pablo Iglesias». Había presidido también la junta directiva de Unión Obrera, sociedad de socorros mutuos fundada a finales del XIX.

Fue detenido el 19 de julio de 1936 en el Bar Úriz de Pamplona por un grupo de falangistas y, tras permanecer ocho días en la cárcel de Pamplona, fue enviado al fuerte de San Cristóbal el 23 del mismo mes. Aquí fue sometido a diversas torturas, según declaraba un compañero de prisión:

«La cosa es que lo llevaron cuatro o cinco días y le mojaban una sábana, en invierno, y lo rebozaban y lo tenían una hora, o media, o lo que sería tapau con una sábana mojada. No me acuerdo del nombre pero del apellido sí porque le llamaban más veces que manda Dios. Y a ese lo sacaron a matarlo y vinieron los hijos y ya no estaba. Y reclamaron un reloj que tenía de oro, y allá no apareció ni el reloj ni el padre, ni nada».

Seis meses después de su ingreso en el Fuerte, el 26 de enero de 1937, lo sacaron para asesinarlo en Ibero. Tenía 49 años. La Sociedad Aranzadi ha podido identificar sus restos entre los encontrados en la exhumación de las Tres Cruces.

Disponemos de los impresionantes testimonios de su hija Aurora, hechos en diferentes épocas. En el primero de ellos, de 1978, detalla con gran minuciosidad los últimos momentos de su padre:

«Cuando me llevaron a mi padre a Ibero, coincidió que Galo Egués, que fue uno de los que le mató, Faustino Escribano (ya difunto) y Jesús Gracia de la Ribera, que tenía un coche, que era el que los llevaba. No los he perdido de vista a ninguno de los tres. Esos tres los fueron a buscar a mi padre al Fuerte a las seis y media de la tarde, el 26 de enero de 1937. Estos tres aparecieron en Ibero. Faustino Ibero se había criado en la calle Jarauta, con mi padre, en la calle Eslava, habían ido al colegio Huarte juntos, habían jugado en la calle juntos. Entonces mi padre le dijo: ‘¿Pero tú me vas a matar a mi?’. Todo esto lo sé porque lo comentaron en la casa de estos amigos que fueron a merendar a continuación de matarlo. Entonces él, que era una bestia, les dijo a los otros –él era nacido en el molino de Ibero-: «Bueno, matarlo vosotros, yo me voy mientras tanto al molino, que tengo que hacer un recau». Los otros lo mataron. …/…Merendaron. El Churrero por aquí, el Churrero por allá, pitorreándose que había llorado al morir. Y al marcharse dijeron: «Bueno, en las Tres Cruces de Ibero queda un fiambre». Como habían hablado del Churrero, sospecharon que sería el señor Pepe. Llamaron a Patro, para que se enterase. Patro vino a casa a preguntar. Era lunes cuando lo mataron. Nosotros fuimos el miércoles, que era la visita, ya nos habían dado la noticia. Fuimos a Ibero. Los que lo habían enterrado llevaban las botas, la chaqueta. Entonces la gente estaba necesitada; hoy nadie le hubiera quitado. A mí es lo que menos me importa. Pero no había manera de que dijeran nada; había mucho miedo».

En las declaraciones de otro de los testigos sobre Roa, encontramos uno de los pocos casos de enfrentamiento, años más tarde, de la familia con uno de los matones:

«Hace una temporada ocurrió en la churrería un escándalo. Entró Galo Egues, que vive en San Pedro y fue uno de los que le dieron al gatillo. Una de las hermanas se enfrentó con él y le dijo: «Aún tiene usted la cara de venir aquí, so sinvergüenza». Y armó un estrapalucio».

El expediente para la inscripción de defunción lo inició su viuda, Patrocinio Lasa, en 1937. Declaró como testigo Felipe Ardaiz Ayestaran:

«Que sabe y le consta por haberlo oído a personas que le merecen crédito suficiente que José Roa García falleció en el mes de enero a consecuencia del Glorioso Movimiento Nacional».

El juez rechazó la inscripción, admitiendo solamente hacerlo como desaparecido, tras poner un edicto en el Boletín Provincial de 26 de mayo de 1937. Patrocinio no se dio por vencida y presentó nuevos testigos que declararon haber visto el cadáver de José. Finalmente, obtuvo la aprobación de la inscripción en marzo de 1940.

José Roa, como funcionario del Ayuntamiento pamplonés, fue depurado postmortem, como era habitual, En el expediente aparece una nota manuscrita anónima del Hospital, en la que se informa: «Que era socialista antirreligioso», finalizando con un «a la calle». El 12 de marzo de 1937, se tomó el acuerdo de destitución.

Dos de los hijos de José y Patrocinio, Luis y Pablo, también fueron víctimas de la guerra, si bien de su final apenas se disponen de datos aclaratorios. Según diversos testimonios, Pablo pudo pasarse al lado republicano donde murió. Por su parte, Luis fue detenido a los pocos días del golpe de Estado, permaneciendo en la cárcel de Pamplona durante seis meses. Al salir, permaneció escondido, hasta que enero de 1938 logró pasar a Francia por el valle de Baztán. De Francia se dirigió a Barcelona, donde se encontró con su hermano Pablo, permaneciendo allí hasta el final de la guerra. Exiliado en Francia, estuvo internado en el campo de Gurs de donde salió y se exilió en Uruguay, en diciembre de 1939, tras un accidentado viaje en el que el barco de refugiados se vio envuelto en una batalla naval entre británicos y alemanes. De Uruguay pasó a Argentina y de allí a Santiago de Chile, donde trabajó como autónomo en su oficio de tallista.

En 2008, Aurora Roa Lasa fue entrevistada para el Archivo Oral del Sindicalismo Socialista. Entre otras muchas cosas, Aurora recordaba cómo tras el golpe y fusilamiento de José, su madre y ella misma fueron humilladas y maltratadas, rapándoles el pelo y teniendo grandes dificultades para encontrar trabajo. Pudieron salir adelante gracias a la churrería familiar, que se mantuvo hasta comienzo de los años 70.